La mano busca torpe el dispositivo que apaga el despertador,
rebelándose el cuerpo contra la mente, una vez más
automáticamente me dirijo hacia el baño y hago las cosas de rutina.
Comienzo a introducir objetos, libros y comida en la bolsa,
indeciso el paso al principio y acelerándolo conforme amanece.
La calle se muestra al desnudo y la genta aún saluda porque es temprano,
gente que dentro de luces a pares por una lengua de asfalto,
el frenazo y la radio se amalgaman con la prisa,
seguido, a la derecha, luego a la izquierda para encontrar la plaza,
viéndome a mí mismo esperando desconfiado al transporte.
Se saluda a oscuras en un lenguaje extraño,
ha comenzado otra jornada de trabajo.
Del libro inédito SATYAHARA NO QUIERE VERME HOY
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