miércoles, 13 de octubre de 2010

DIÁLOGO A PESAR DE TODO

A pesar de todo, no es tan malo recostarse en el sillón de mimbre, paladear unas gotas de licor con nombre extranjero, oír susurros y notas de violines.

Da los mismo la tizne de la foto o el pantalón de franela nuevo en idéntico lugar de Cádiz, otro día en que el Guernika se bañara en un mar-tes y trece, esta vez sin disminuir tan aparatosamente de tamaño ni hacerse detalles anecdótico entre los recuerdos, y busca la esquina (precisamente "re-cuerdo", por más que "loco" sea imposible. Ya se ha dicho da los mismo; la barba mermada por la tijera o los rizos pelados por la intemperie; esto es así; uno puede vagar por los andenes con la maleta de eskay y gorra de verbena, con sillón de mimbre portátil, la rana en el bolsillo y la vanguardia aspirando los últimos suspiros del siglo veinte. Claro, ahora que aparenta ser todo intangible y abstracto, mercurizante, inalcanzable, precisamente ahora, que no me caso por la iglesia, y tuvimos que cambiar a Dvorak, el llanto por la lluvia; pasamos del negro al porro, y luego al rubio y a la tos, la caligrafía, la forma de sentarse, o como se piden las bebidas en cualquier cafetería después de las tormentas, querido sillón de mimbre, carambola de dos mundos... Creo que me ha crecido un poco más la nariz.

Me pregunto dónde vivirá el nieto del indiano, aquél de las cajetillas de tabaco del 44, o mi perrito Moisés, ahora con un parche en un ojo y un colmillo roto. Probablemente tomará café con Gundemaro entre porcelanas olvidadas, retales guardados, facturas de la luz...

Hay que hablar del dinosaurio naranja, la bata comprada en Barcelona, el seso de corbina disecado. Los papeles multimillonarios que nos escribimos siguen adheridos a la cabecera de la cama.

Ya sabemos por qué fue posible correr la playa al atardecer bajo esa luna tonta que desconfiaba de la hojarasca del mimbre de mi sillón, sin que nada ocurriera. La enciclopedia reservó su derecho a la consulta, devoramos el clavel, el número de pétalos, se supone, es lo de menos.

Se fundieron tantos plomos, se rajaron tantas bambalinas, se anudaron tantos desconciertos...

No nos quedan más remedio que aprender a bailar sevillanas, asomarnos de nuevo al balcón, asumirnos de viejos solos de mar, izar el balón azul de nuestro velero imaginario, declarar a Hacienda, o desertar a África, según el dígito con que comienzan los años de nuestra anda-dura, singladura, blanda gracias a nuestro sillón de mimbre.

Preferiría no tener que tocar el feo asunto del desgajo de nuestro sillón. Yo te lo expido quince días, y tú me lo devuelves a vuelta de caravana.

De acuerdo.




(*) Escrito en colaboración con el poeta Antonio S. Briones.

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