miércoles, 13 de octubre de 2010

ELEGíA AL MAESTRO DESAPARECIDO

A José Luis Tejada



De vez en cuando se deja algún amigo en un patio flanqueado
por cipreses, en un solar ruinoso y ventilado por signos y claveles.


A veces el plumier de mi Parker se entristece de pronto y
lágrimas de tinta emborronan mi cara. Voy dejando retazos de
sonrisas -siempre horizontalmente para que vean la luna- y luego,
recelosos, partimos hacia el arco que divide contemplación y gritos.
Son esos días en los que la frágil bolsa del recuerdo se desfonda y
entre las hilachas van cayendo al albero saludos, frases sueltas,
despedidas mezcladas de tabaco y alhucema. Esto me hace pensar por
qué también mi foto va perdiendo su plateada fijación de ayer, si
se mira detenidamente no se aprecia el contorno claramente; debe ser
que a todos cuanto dejo en el patio van llevándose consigo, puede que
en los zapatos, el apresto de aquella ropa que nos delimitaba, la copla
que hería más o el poema que surca, balanceándose, mares ignorados.


Esta mañana acompañé a otro amigo a ese patio. Normalmente
bajaba "al sur del sur" atravesando esta bahía enloquecedora y
perimetral, ponía notas y signos, y a veces hasta pasaba lista.
Luego subía siempre por la bahía y buscaba la cara para leer los ojos
y no los encontraba, volvía a bajar y a subir y a bajar nuevamente
para escribir los ojos y no los encontraba y no los encontraba.


Bien tarde he comprendido tu bisturí de disección de versos,
la constante humedad de las comisuras de tus ojos, la lágrima fácil,
tu obseción por el tiempo y el sofá de cuero desfondado. La caracola
gigante de tu escalera aún la conservo.


Luego volví a inundar de algas mis bolsillos y soñé con
subirme a los cañizos y esterones de La Puntilla, arrebatado de
impotencia, para desde allí desafiar al viento de Levante.
Tembloroso y triste me refugio en el oscuro reducto de mi casa,
y la altanera araucaria de mi balcón va susurrándome sus quejíos
vegetales circundada también por cuatro muros. Me pareció por un
instante oir el ulular del viejo molino de viento de la calle Valdés,
girando alocadamente, desesperado, por perder al mejor de sus amantes,
allá, no muy lejos, concretamente en un patio flanqueado por
cipreses, en un solar ruinoso y ventilado por signos y claveles.

(El entrecomillado es una cita del título de un libro de poemas
de Julio Rivera Cross).


Del libro Cálidoscopio
Antología Generacional
Colección El Ermitaño II, 1993

No hay comentarios:

Publicar un comentario