Si prometéis sigilo, si guardáis el secreto
os contaré que un día: ¡qué jóvenes entonces!
De amor y ternura eran nuestros ropajes
cuidaban nuestros juegos arcángeles risueños.
Recuerdo: yo os lo juro, con cientos de gacelas
cabalgar los desiertos en noches estrelladas.
Los dioses yacían muertos –nadie ya creía en ellos-.
Con justicia y acierto gobernaban la tierra
el geranio y la cinta. Nadie pasaba hambre:
Todos teníamos casa: la tristeza se ahorcó.
Era estación la risa salpicada de nácar
dibujo de alameda, Sanlúcar por la tarde.
La sombra que te llama acogedora y fresca:
el valle de las danzas y vino a todas horas.
¿Quién nos roba la magia de plantar en la luna
hijos con seis sonrisas araucarias rotundas?
¿Quién esconde las caras de la gente que amo
sencillas eficientes radiantes generosas?
¿Quién aparta sus manos hechas del terciopelo
de las nubes lejanas las tardes de verano?
Quizás no recordéis que dioses hemos sido
todos de nuestra casa –el dolor no era nada-.
Quizás no recordéis el néctar en los labios
el brazo que te acuna, el pecho de la madre.
Quizás no recordéis que todos fuimos reyes
y gobernamos mundos hechos de fantasía.
Ya entonces os quería –conocía vuestras voces-
por eso, yo os lo pido: repetid estos versos
y cuando ya no exista: gozad y recordarme.
De AÑIL - LIBRO DE LOS AMIGOS
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