Bellísimos los ojos
y aún más lo son sus torres.
Stalin y Kruchev y un húngaro cerámico
prometían espejismos.
¿Acaso aquel enano
asesino iluminado por su Dios
conocía las respuestas
y nuestros arcos iris en aquellas tormentas
-Juanito Valderrama-
no eran tan inocentes?
Ajenas -las palomas-
erguidas poderosas
cerca del pararrayos.
La ciudad viejos taxis
tristes como mendigos
respiran se atropellan
hacen sonar sus claxons.
Una vez más vencidos
nos duchamos sin sexo
cano el pelo y la barba
temblorosas las manos
y una amarga sonrisa
nos dicen que es de día.
0oo0oo0
Puede que en algún sitio
alguien cuente dinero
a pesar de todo
y rubias camaradas
se plieguen al deseo.
Del libro LAS CIUDADES
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