jueves, 14 de octubre de 2010

NADA NOS DETENÍA

Ahora cuando ya no te veo
desando los pasillos que conducen al beso,
inúltilmente busco
el billete arrugado
de nuestro tren perdido
que nunca se compró.

Me emborracho de azogue
buscando en cada copa tu añorado perfume
y con ternura guardo
las viejas servilletas
que compramos antaño.

Me palpo y no me siento:
ya ni el peor crucigrama consigue interesarme.
Sólo el rumor del aire me traslada a aquel tiempo
en que fuimos felices,
cuando el guardia de tráfico del sol respaldado
nos parecía un molino
y los coches lanzados por estas autopistas
buscaban las salidas y no las encontraban.

Posesos de lujuria
-presos de la alegría-
capitanes del viento
nuestros cuerpos mandaban
en todas las naciones
y la ley era nuestra
desquiciados los jueces.
Pintábamos grafitis
como dioses paganos
en las blancas fachadas
-nada nos detenía-
y nuestras risotadas
atronaban las mentes
de turbios funcionarios
esos que no han sentido
la furia de ser jóvenes
la lava de la sangre
inundándolo todo.

Me da espanto de verte
y también me horroriza
olvidar tu presencia,
tenerte y no tenerte
es un juego de locos
que saltan a la comba
sobre un cable que cruza
a pasmosas alturas una gran catarata.

Garras vueltas mis manos
araño las paredes
golpeo a mis vecinos
escupo a los geranios
nada ya me consuela
ni siquiera las olas
que embisten los rompientes
incluso las farolas
derrítense de espanto
al escuchar mis pasos.

Romperé este poema para que nadie sepa
lo mucho que aún te quiero
me tragaré el bolígrafo,
me sacaré los ojos,
incendiaré la casa.
Puede que cuando el fuego purifique las cosas
acepte que te has ido.


De EL LIBRO DE LAS NAVEGACIONES INTERIORES
Primera edición de bibliófilo de 50 ejemplares, mecenazgo del artista Franco Policastro, 1999
Segunda edición de 1000 ejemplares, gentileza de Mariscos Romerijo, 2002

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