Se asoma entre la bruma
cuando la luz se asfixia
y aparecen las sombras
como en los viejos cuentos.
Le mira y le sonríe
para luego celarse
sutil y silenciosa
tras el gran ventanal.
Espera que la convoque
sienta su presencia
envolviéndolo todo.
Sabe que está presente
juguetea con su asombro
y mofa de sus miedos
cabriolea en sus ojeras.
Intenta apresarla
para que revele
el cáliz que conserva
la luz y la ternura.
Y claro, si es posible
explique sus secretos:
el ímpetu del alma
la inocencia la gracia.
Y asoma de pronto
para guiñarle un ojo
diciéndole en silencio
que la acose la goce.
No hace caso
sigue quemando tiempo
escribiendo lamentos
melancólico triste.
Morirá
sin siquiera llamarla.
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