Semihundido en una de las balsas de la salina desde antes de ponerse el sol, acurrucado contra el fango y temblando por el relente hubiese dado la vida por poder encender un cigarrillo de su paquete de Ideales, la ropa al seco cuidadosamente sobre uno de los lomos, tapándose de las posibles miradas de la Guardia Civil, escurriéndose por los pies, desnudo, y atento a las señales del silencioso falucho que debía entregarle el alijo. Los Toruños.
<<¿Cómo había terminado allí?>> -Se preguntaba y no encontraba respuesta, bueno, sí la encontraba, claro que sí. Trabajos eventuales en la aserradora de la plaza del Polvorista fabricando cajas para los pesqueros, alguna peonada en las campañas de Navidad en la bodega de Pedro Domecq y el marisqueo de bocas en San Pedro o camarones, poco o nada mas. Paco el Gandula, hijo de Chano y nieto de la Carlota había nacido en el primer piso de la casa de vecinos de la Ribera aunque ahora le llamaban Enrique Martínez, justo arriba de la taberna de La Lucha donde se hacían los safes de los pesqueros alicantinos, su padre arrastraba cajas en la lonja y él estaba deseando hacerlo también para no correr tantos riesgos por las marismas y salinas de noche, pero la vida viene como viene.
Si al menos el alijo fuese para él podía darse por satisfecho aunque las cosas no eran así. No perdía ojo a la mar en una noche frescachona de noviembre y entumecido, en aquella salina donde notaba de vez en cuando que algún robalo se le acercaba. Si pudiese atrincarlo como fuera hacía el día, por eso miraba alrededor ya que siempre los salineros dejaban una pértiga o un rastrillo aquí o allá y de encontrarlo, no se le escapaba, seguro que no se le escabullía de las manos. Comienza a llover suavecito y ya estaba pingando y lo peor es que la ropa podría correr la misma suerte, menos mal que a un par de millas. La horas de avistamiento en soledad le habían dotado de una capacidad portentosa para ver en la oscuridad, veía casi tanto como los guardas de las salinas. Sí, efectivamente, la luna se reflejaba sobre el tambucho de una embarcación a vela que traía rumbo al Caño del Bote como a un par de millas.
-¡Ya están aquí! -Cada vez hablaba solo más veces, se decía que hacerlo era una forma de mantener charlas donde nadie le llevase la contraria, se reconocía torpe y además no era bien parecido, ni alto tampoco, analfabeto. Su destino se había escrito antes de nacer.
Decidió levantarse y correr agachado ante la playa y entró en la marea, al fin y al cabo ya venía pingando, las olas le golpeaban la cara, era una manera de no ser visto y con su lata vacía de Conservas Sur hacía señales al patrón del falucho que al advertirla se enmendó de rumbo hacia él. Lentamente, silenciosamente, la embarcación con dos tripulantes de poco más de 10 metros, se enmendó para atender a Paco y entregarle el fardo envuelto en hule embreado para que no se mojase, saludaron y pusieron proa para salir hasta Sancti Petri y entregar el último que les quedaba a bordo.
El Gandula se lo puso en la cabeza luchando con el fardo para que no se le escapase con los arreones de las olas y llegando a la orilla se agachó y oteó toda la playa, aterido de frío por si los guardas de las salinas estaban al acecho o veía reflejos de la pareja de carabineros por algún lado. Le pareció que no y corrió la arena con sus pies descalzos y atravesó la duna y siguió corriendo hasta encontrar su balsa de salina con la ropa. Se vistió sin secarse, pero no se puso las alpargatas para no dejar huellas, el bulto pesaba bastante, de aquello podía sacar para aguantar una semana, caminaba y se escondía, de vez en cuando se guardaba en los lomos de fango duro y sal que se le clavaba entre los dedos de los pies.
Las salinas reflejaban las aguas iluminadas por la luna dejando una hermosa vista y Paco pensó que sería hermoso estar allí contemplando aquella maravilla sin tener miedo, sin pasar hambre, sin estar en peligro.
Cuando llegó a las inmediaciones de la Venta del Macka buscó su bicicleta y esperó que amaneciera, cargó el fardo y le colgó un par de cubos de zinc con almejas y ostiones que tenía en una red en el río para poder entrar por el puente metálico a la hora de subir la marea como hacía habitualmente.
No sabía que el cabo Manzanares, el carabinero de Osuna, estaba apostado con un número recostado bajo los arcos de los primeros soportales y lo paró.
-¿Qué llevas ahí Gandula, qué hay?
-Na mi cabo, cuatro almejas y un ranchito de ostiones roaizos.
-Mira a ver si es verdad. -Ordenó el cabo a su número y éste comprobó que era así, aunque también señaló al fardo sin decir nada.
-¿Y el fardo qué? Mira que te lo tengo dicho, -para acto seguido y sin mediar palabra propinarle una guantada con la mano abierta que tiró a los adoquines al Gandula y su bicicleta. -¿Y eso qué Gandula, no tienes nada que decirme?
Paco conocía al carabinero que era un hijo de puta, un cabronazo que lo traía a mal traer y doliéndose de la cara se levantó y enderezó la bici. Las almejas y los ostiones estaban diseminados entre los adoquines.
-Mi cabo, -dijo el Gandula, usted sabe que yo me acuerdo de usted y no es mala persona, tengo que vivir, tengo que buscarme la vida.
El Cabo dio un par de pasos hacia atrás para meterse de nuevo bajo el arco de los soportales, todavía no había amanecido, se recostó sobre su mosquetón y se quedó en silencio esperando respuesta de Paco.
-Mi cabo tengo para usted y la compaña dos libras de tabaco de liar inglés, dos medias de nylon y un kilo de café.
-Poco me parece Gandula para dos personas de ley y orden.
-Puedo sumar una pastilla de jabón Lifebuoy.
-Vale. -Hicieron el trato y el Gandula tras recoger del suelo las almejas y los ostiones se subió a la bicicleta que le había prestado don Manuel el del estanco, con su bofetada que lo hacía llorar de impotencia hasta la casa de éste, la persona que hacía los tratos con el falucho para el contrabando con su carga de tabaco, medias de nylon, café, jabón del apestoso y una caja con 20 mecheros Flaminaire que eran la última novedad. Allí, en el estanco volvería a recibir otra bofetada pero en el bolsillo, que es donde más duelen.
Contrabandistas de playa. El sol despuntaba por Levante.
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